martes, 14 de septiembre de 2010

Crónica de una muerte anunciada-Gabriel García Márquez


En este lado del mundo es muy común que ante un hecho previsible la gente diga que se trata de la “crónica de una muerte anunciada”, lo que me lleva a pensar que probablemente el título de este libro sea uno de los más nombrados y repetidos de la historia. Sin embargo, así como pienso eso también me pregunto cuántas de las personas que repiten la frase hasta el cliché habrán leído el libro o sabrán siquiera que se trata del título de una obra de García Márquez.

Yo pecador me confieso haber dicho y escrito infinidad de veces que algún evento o cosa se trataba de la “crónica de una muerte anunciada” sin saber quién era Santiago Nasar. Pero ya no. Todo cambió cuando mi abuela, después de una limpieza de closet, me entregó un ejemplar del libro. Se trataba de la primera edición, compuesta por 156 amarillentas y frágiles páginas, impresa por la editorial Oveja Negra en Bogotá y distribuida en Venezuela por Litexsa Venezolana S.A a un costo de 21.00 Bs. La portada, obra del pintor colombiano Hernando Vergara, es la que ilustra este post y en ella destaca la mariposa amarilla en el pie derecho de la víctima.

La primera frase del libro es de antología. Aunque ya revela el final, engancha de una y despierta curiosidad por todo lo que viene: “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. A partir de allí, con gran maestría, el Gabo se lanza a contar la historia de cómo los hermanos Vicario asesinan a Santiago Nasar ante el conocimiento del pueblo y, peor aún, a la vista de todos.

La forma en la que está escrito el libro me llamó mucho la atención. No sé si llamarlo crónica novelada o cómo, pero es una especie de intermedio entre periodismo y literatura. Narrando en primera persona, García Márquez -o el cronista- va reconstruyendo los hechos, años después de ocurridos, mediante las actas del sumario y los testimonios de las distintas personas que lo vivieron, entre ellas él.

El relato, visto a muy grandes rasgos, puede parecer absurdo: a Santiago Nasar lo buscan para matarlo, todo el pueblo está enterado menos él, y casi todos quieren o tratan de evitarlo pero nadie hace nada en concreto para lograrlo. Tampoco le avisan y cuando lo hacen resulta demasiado tarde. ¿Cómo es esto posible? Todavía no logro comprenderlo, pero me lo creo y allí es donde yo veo que está la maestría del Gabo: que convierte un absurdo en algo creíble.

También su maestría se hace presente a la hora de crear y recrear el pueblo y sus habitantes. Mucho realismo mágico –su sello de fábrica-, bastante costumbrismo, algo de machismo una pizca de sincretismo religioso y un poco de folklore son los ingredientes de este pueblo sin nombre en el que el conflicto del siglo se desarrolla porque Ángela Vicario fue devuelta a su casa en plena noche de bodas, ya que, oh pecado, resultó no ser virgen. Así que para limpiar su honor, sus hermanos varones, muy a su pesar, deciden asesinar a su amigo Santiago Nasar, quien según ella es el responsable de semejante oprobio, cosa que en realidad no queda muy clara en el libro. ¿Fue él en realidad o todo se trató de un invento de ella? Nadie sabe, nadie supo.

Lo cierto es que lo matan, y a medida que se acerca el final la lectura va agarrando un ritmo vertiginoso. Las páginas pasan volando y aunque ya uno sabe cual será el desenlace termina como uno más del pueblo, alrededor de la plaza, expectante, impávido, viendo cómo sucede todo.

Total que el libro me encantó. Redondito y perfecto. El García Márquez que me gusta condensado en 156 novedosas, buenas y memorables páginas.

FICHA TÉCNICA
Crónica de una muerte anunciada
Gabriel García Márquez
Oveja Negra
1981
156 pág.

Sabana Grande era una fiesta-Fausto Masó


Una oferta engañosa. Esa es la mejor manera de calificar este libro. Uno lee el título y piensa que se va a encontrar con la descripción de aquel Sabana Grande que, como el París de Hemingway, era una fiesta. Uno ve en las fotos de los anexos a Uslar Pietri, a Miguel Otero Silva, a William Niño Araque, a Teodoro Petkoff, a Miguel Henrique Otero, a Leonardo Padrón y piensa que va a leer un libro en el que se van a contar anécdotas de ellos en aquellos años -tal se la pasaba aquí, cual lloraba sus penas de amor allá, este escribió el primer capítulo de su famosa novela en las sillas de este café- y resulta que no, que nada se aleja más de la realidad.

Pero empecemos por el principio y hagámoslo con una precisión tan perogrullesca como necesaria: Un lugar y un ambiente pertenecen al ámbito de lo físico y de lo social, respectivamente. En medio de todo ello está lo histórico -eventos sociales trascendentes que ocurrieron en ese determinado lugar-. Por lo tanto, si lo que se pretende recrear es eso -¿y qué más se puede pretender recrear con un título como "Sabana Grande (lugar) era una fiesta (ambiente)"?- es necesario, casi indispensable, describir lo físico, narrar lo social y contar lo histórico. Pero Masó se olvida del primer y tercer elemento para afincarse en el segundo.

Y he aquí otro problema: los personajes por medio de los cuáles se nos mostrará la fiesta que era Sabana Grande son personajes en los que la relación con el sitio no queda clara. Uno no sabe si era gente asidua del boulevard o si iban de vez en cuando. Si eran personajes típicos o estaban de pasada. Porque sus historias muy raras veces tienen lugar allí.

Se encuentra entonces uno con 22 crónicas -unas buenas, unas malas y otras, la mayoría, que empiezan muy bien y terminan desconcertantemente mal- sobre una variopinta gama de personajes -exiliados, ladrones, locos, enfermos y pare usted de contar- cuyo nexo común no parece serlo 'la gran avenida' o el "Gran Café" sino la amistad con Fausto Masó. Que de eso, al final, es de lo que se trata el libro: de la vida de los amigos, de los íntimos, de los cercanos a Masó. Mientras que de Sabana Grande solo tiene el título, las fotos, algunos párrafos del prólogo de Sergio Dahbar y el epílogo. Más nada. Una que otra mención de algún restaurant, café o local y listo.

Entonces hay entre título y obra un trecho más largo que el que, según la sabiduría popular, existe entre dicho y hecho. Pero todo tiene una explicación: resulta que el libro es la reedición de uno que él escribió en los ochentas llamado Gran Café, el cual prologaron, epilogaron, foto-anexaron y, hágase el engaño y el engaño se hizo, re-titularon con el título que jamás debió ser. Porque en honor a la verdad -y al respeto al lector- ese libro debió llamarse: "Historias de mis amigos", "La vida de mis amigos", "22 crónicas de gente con la que compartí en Sabana Grande", pero nunca así.

Total, se trata de una oferta engañosa -que es una manera elegante de decir estafa-, de discutible calidad literaria -he leído peores y mejores- y que puede servirle al lector para cualquier cosa menos conocer/recrear/revivir ese "Sabana Grande[, que] era una fiesta".

lunes, 13 de septiembre de 2010

La Muerte de Honorio-Miguel Otero Silva



De la última dictadura militar que padecimos los venezolanos nos separan por lo menos cuatro décadas de democracia -imperfecta, corrupta y todo lo que se quiera, pero democracia-. Esa dictadura, la de Pérez Jiménez, se vio favorecida por altos precios petroleros mediante los cuales pudo desarrollar un faraónico y nuevo ideal nacional, que con mucho concreto armado logró de algún modo tapar sus crímenes e indultar en la memoria colectiva del país al dictador, al punto de que no son pocos los que todavía le añoran.

Sin embargo, en aquellos años hubo represión, hubo tortura, hubo incluso un campo de concentración llamado Guasina. Y de recordarnos todo eso se encarga esta novela de Miguel Otero Silva. En ella se cuenta la historia de 5 hombres -un médico, un periodista, un barbero, un capitán y un tenedor de libros- que terminan presos en una misma celda, donde rememoran todo lo que sufrieron en manos de los esbirros de la Seguridad Nacional.

Paralelamente se desarrolla otra trama, la de Honorio, que es la que le da el título al libro. Él es el hijo del barbero, a quien todos conocen y comienzan a querer por medio de los relatos de su padre. De esta manera se van encariñando con ese niño y van haciendo planes para ayudarlo cuando salgan de la cárcel. Sin embargo, al final se descubre que el niño no es sino producto de la imaginación del barbero y la noche del 22 de enero -la dictadura cae la madrugada del 23-, cuando les dice la verdad a sus compañeros de celda, se produce la "muerte" de Honorio y se termina el libro.

Confieso que no entendí muy bien esta parte. Supongo que debe tener un significado simbólico sobre el que no he reflexionado lo suficiente o algo así. Puede que muestre de algún modo cómo en tan adversas circunstancias valores como la solidaridad se hacen presentes con bastante fuerza o cómo muchas veces es necesario aferrarse a algo, una idea o lo que sea para sobrevivir. Quizás por allí puede que vayan los tiros.

Pero como ya lo dije, el plato fuerte para mí fueron los relatos de las torturas a las que eran sometidos los presos en la Seguridad Nacional, los cuales son auténticos y, cuenta la leyenda, dos de ellos estarían basados en Luís Miquilena -presumiblemente el periodista- y José Agustín Catalá. Con precisión de buen periodista, que a fin de cuentas es lo que era Otero Silva antes que escritor, va describiendo en boca de los ellos las despiadadas, crueles e inhumanas prácticas de los esbirros. No miento si digo que en más de una oportunidad tuve que parar la lectura por la crudeza de lo relatado. Desde el ring de caucho con hojillas sobre el que paraban a los presos, hasta las agujas enhebradas con hilos de saco con las que les atravesaban los brazos, pasando por planazos, quemaduras con cigarrillos, privaciones de agua, alimento y luz durante días y otros infames métodos de los que no quiero acordarme. Todo bajo el añorable y siempre-bien-recordado gobierno de Pérez Jiménez.

El lenguaje del libro es sencillo pero correcto, por lo que la lectura se hace fácil. En él se distinguen tres voces: la de un narrador omnisciente que cuenta lo que sucede en las celdas; la de los presos, que en primera persona les relatan a sus compañeros y a los lectores cómo y por qué los apresaron los torturaron; y la de sus conciencias, que en una especie de monólogo interior hace un repaso biográfico de la vida de cada uno. Estas dos últimas voces van intercaladas entre párrafos, con tipografías y fuentes diferentes para distinguirlas, cosa que me recordó un poco a Conversación en la Catedral de Vargas Llosa.

Sin embargo, más allá de lo literario el libro tiene un gran valor moral e histórico, ya que mediante la denuncia de los crímenes y horrores de la dictadura se vuelve una especie de heraldo que madruga la conciencia ante el sueño absolutorio del olvido, lo que lo convierte en uno de esos libros indispensables que hay que tener en la biblioteca y releer de vez en cuando para convencerse de lo abominables que son las dictaduras, aunque se durmiera en alguna de ellas "con las puertas abiertas".


FICHA
La Muerte de Honorio
Miguel Otero Silva
1963
Seix Barral
195 pag.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Amar en Madrid-Francisco Umbral


Hace algún tiempo intenté leer las columnas de Francisco Umbral en una recopilación especial que a manera de homenaje hizo El Mundo cuando murió. Como decidí leerlas desde el principio, y las primeras columnas eran de 1994, me aburrí rápido porque no conocía a los personajes de los que hablaba –políticos en su mayoría-, así que al rato abandoné la misión y luego llegó el restrictivo Orbyt y sanseacabó. Sin embargo siempre me quedó cierta curiosidad por el tan-nombrado-en-el-programa-de-radio-español-que-escucho Paco Umbral, así que apenas vi esta obra de él en el “Cambalache de libros” la agarré con la misma rapidez con la que acá en Venezuela se agarra un kilo de azúcar –por aquello de la escases, digo-.

Por el título pensé que era de una novela de amantes y amores en Madrid, pero nada más alejado de la realidad: era un compendio de breves artículos –“viñetas” los llaman en la contraportada- sobre diversos temas relacionados con Madrid. Al principio me desilusionó un poco, ya que no era lo que esperaba, pero pasadas algunas páginas y ya habiendo terminado el libro solo me queda decir: menos mal que no era otra cosa, porque a este libro, de lo bueno, no se le debe cambiar ni una coma.

La prosa de Umbral me pareció simplemente envidiable. Lo digo de verdad. Quisiera yo tener un quinceavo de su talento para escribir. Irónico, burlón, analítico, reflexivo, preciso, acertado, conciso, irreverente, mordaz, divertido. Y todavía me faltan adjetivos. Si a alguien se le podía endilgar el término de “enfant terrible de las letras” era al Umbral que escribió Amar en Madrid.

El libro me ha encantado, tanto, pero tanto, que se queda en mi biblioteca. Porque además, aunque no la conozca en físico, Madrid es una ciudad que siempre me ha llamado la atención. Y acá se describe a ese Madrid que se debate entre la modernidad y el conservadurismo franquista, que en realidad parecen casi dos “madriles”: uno que se niega a morir pero inicia la retirada y otro que nace y avanza. El de la taberna y el del mesón. Noté cierta nostalgia en algunos textos y el leerlos también me generó nostalgia, no por la ciudad que no conozco, sino por la ciudad que no tengo, lo que va estrechamente relacionado con el hecho de vivir en Caracas, que es un muladar, una morgue o cualquier cosa menos una ciudad.

Rodeada de basura, pintorreteada de tricolor y secuestrada por el hampa, nuestra capital no genera ningún vínculo con sus actuales habitantes. A la añorable de los techos rojos no la conocí, de ella solo tengo alguna noción por los recuerdos de mis padres y abuelos, pero hasta allí. Prácticamente solo queda el Ávila y a mí no me basta. Así que al leer, la envidia a Umbral fue doble: por la prosa y por la ciudad. Aunque cierto es que también esta Caracas da para literatura, pero de la negra, género que me gusta a medias.

Volviendo al libro, que a fin de cuentas es lo que atañe a este blog, creo que la mejor manera de hablar de él es citando algunas de las frases que más me llamaron la atención.

Dice Umbral sobre Madrid: “Esta ciudad donde parece que nadie se va a morir nunca, pese a los civilizados avances de la polución, el tráfico y las labores de tabacos nacionales o extranjeros”.

Sobre los taxis: “Tomar hoy uno de los diez mil taxis de Madrid es una aventura, un riesgo, una novela corta, un todo por el todo, un golpe de suerte y mal negocio”.

Sobre las parejas: “Una pareja, en Madrid, sigue siendo un delito en potencia, tiene siempre”.

Sobre la moral madrileña: Madrid solo persigue, cuida y castiga las formas, nunca el vicio en sí”.
Sobre la gente: “el pueblo de Madrid sigue siendo goyesco y solanesco (…) el Plan de Desarrollo y el ‘seiscientos’ no han curado a la gente de esa fiebre feliz y esperpéntica de hacer lo que le da la gana".

Sobre los bares de la calle Serrano –los más lujosos de entonces-: “A estos bares elegantes no llega la devaluación de ninguna moneda ni la represión de ninguna clase”

Sobre las tabernas: “La taberna es una forma de asociación española que nadie va a poder desarraigar de nuestro pueblo (…) la taberna no se adultera, no se prostituye, no se sofistica, como el mesón o el café, que enseguida quieren ser muy literarios, muy turísticos, muy madrileños"

Sobre la lectura de cartas: “Esto de las cartas, si no se pone en ello demasiado misticismo, tiene una gracia literaria de novelón con estampas, y cada naipe se convierte en una viñeta del destino fingido”.

Sobre las costumbres culinarias anti-pescado refrigerado: “En este pueblo piscívoro y de paladar fuerte no han entrado los sabores pálidos de la congelación. Seguimos siendo una raza insobornable"

A la juventud madrileña la describe con una metáfora de antología: “Estas víctimas de la otra fiesta nacional, el examen nemotécnico”. Bien se sabe que la fiesta nacional de España son -¿o debería usar el copretérito “eran”?- los toros, entonces…que la metáfora se explica sola, vamos.

Los temas tratados, como se desprende de lo anterior, son diversos. Desde las “respetuosas” –prostitutas- hasta el Lerele de Lola Flores, pasando por la playa artificial que alguna vez tuvo Madrid –“al río debían haberle apretado mucho el corsé para que le saliesen esas abundancias de agua”-, la moda masculina, los cafés, las aceras, los pianos, los cubanos y en fin, de todo.

Y ojo que no es tanto por los temas sino por la forma de abordarlos. Por esa percepción aguda que le permitía ir más allá y notar que la diferencia entre una americana y una socialista era: “que ante una boutique de Serrano, la yanqui arruga el hociquito pecoso, decepcionada, pensando en la Quinta Avenida, y la socialista queda fascinada y está a punto de caer de rodillas.”. O recrear el legendario Café Guijón y su ambiente así: “En el café estaban y están los alucinados de esa alucinación que es la gloria. Los últimos hombres libres del país. En el café, los males sagrados del hombre, que son, a saber, la cultura, el arte, la belleza, la gloria, el pensamiento. Los males sagrados que enferman a la humanidad de trascendencia”.

¡Qué arte, macho!...sobran las palabras.

FICHA TÉCNICA
Amar en Madrid
Francisco Umbral
1972
Planeta
220 pág