lunes, 3 de enero de 2011

Un mundo feliz-Aldous Huxley


Probablemente, lo que más sorprende de este libro es saber que fue escrito en 1932, es decir, hace ya casi ochenta años. Algo de visión profética y mucha y muy envidiable imaginación tuvo que tener Aldous Huxley para hacerlo, porque si bien aún nos encontramos algo distantes de ese mundo feliz, muchas de las cosas allí descritas, vistas a la luz de esta época, parecen bastante viables.

El libro, como se desprende de lo anterior, va de futurista, de utopía futurista. Nos adentra en una civilización en la que se ha logrado la estabilidad plena: todo, absolutamente todo, funciona y bien. El mundo está dividido en cinco razas y cada raza cumple un papel específico mediante el cual se garantiza el pleno funcionamiento de la estructura social. Los individuos no nacen sino que son creados in vitro en laboratorios en los cuales se les dota de características físicas e intelectuales acordes a su raza. Luego, son condicionados –que no educados- mediante una serie de repeticiones sucesivas de lecciones en las que adquieren conocimientos que garantizan el buen desempeño de sus funciones y que todos estén conformes siendo lo que son y sean felices así.

Ninguno de ellos sabe de dolor, sufrimiento o llanto. Las enfermedades están prácticamente erradicadas, no hay nada incurable, todo tiene remedio, el envejecimiento físico no existe y la muerte es un mero trámite al que están acostumbrados. Todo el mundo hace lo que tiene que hacer –para lo que fue condicionado-, porque eso es lo correcto y punto. En materia sexual la promiscuidad es la norma, todos son de todos, nadie es de nadie y como no hay maternidad ni paternidad posible, mucho menos amor, pues todos tiran con todos sin ningún problemas.

Esta es, someramente, una descripción de ese mundo feliz que con magistral precisión logró crear Huxley. Es también, si se quiere, la parte de ciencia ficción, que es solo eso, una parte. Y hago énfasis en esto porque al libro lo encasillan dentro de ese género y al hacerlo siento que se le reduce y, peor aún, se le mutila, ya que da para muchísimo más. De hecho, tengo la sensación de que la ciencia ficción no es más que una excusa para la reflexión y crítica política, moral, filosófica y hasta espiritual que se da con la inserción de tres personajes inconformes –Bernard Max, Helmholtz Waton y John “el salvaje”- en ese mundo perfecto.

Dentro de ese colectivismo en el que “cuando el individuo siente, la comunidad se resiente” y “todo el mundo pertenece a todo el mundo” el hecho de que haya tres personajes más o menos inconformes y con cierta capacidad crítica es intolerable, ya que atenta contra el valor más preciado de todos: la estabilidad –“no cabe civilización alguna sin estabilidad social”-. Por eso son rápidamente puestos bajo el control de la autoridad, con la que mantienen una charla sincera en la que se desvela el mecanismo perverso mediante el cual funciona todo MundoFeliz. Sucede en los capítulos XVI y XVII, que vaya si hacen pensar.

La cuestión de fondo es: ¿qué es la felicidad?

A partir de la cual surge otra: ¿cuánto se debe y puede sacrificar en pro de la felicidad?

En MundoFeliz la ausencia de sufrimiento –“Un hombre civilizado no tiene ninguna necesidad de soportar nada que no sea agradable”- es la felicidad, que solo se logra alcanzando la estabilidad. Donde todo funciona correctamente no puede haber sufrimiento, luego, todo el mundo es feliz. Ese parece ser el silogismo.

Sin embargo, esa estabilidad/felicidad supone el sacrificio de una serie de valores inherentes a la humanidad. El primero de ellos, la libertad: “Todos están condicionados de modo que no pueden hacer otra cosa más que la que deben hacer”, explica el interventor mundial, es decir, no son libres, no tienen capacidad de cuestionamiento, de duda o de elección. Esta es la única garantía del sistema, ya que “si los hombres empezaran a obrar por su cuenta todo el orden social se vería trastornado”.

A partir de la ausencia de la libertad se pierden también la moral y la ética. Como no hay elección ni alternativa, el bien o el mal son nociones inexistentes. Se vive en medio de una especie de inconsciencia objetiva, de asepsia moral.

Las virtudes no tienen si quiera la oportunidad de ejercerse. Bien lo expresa su máxima autoridad:

La civilización no tiene ninguna necesidad de nobleza o heroísmo. Ambas cosas son síntomas de ineficiencia política. En una sociedad debidamente organizada como la nuestra, nadie tiene la menor oportunidad de comportarse noble y heroicamente".

…ni tampoco bondadosa, ni caritativa, ni virtuosamente.

La familia no existe. Los habitantes de MundoFeliz no nacen de vientre materno ni conocen de madre o padre, tampoco se casan ni enamoran. Los demás no son para ellos sino meros objetos de placer con los que no se establece ningún vínculo suficientemente fuerte. Hay amistad, pero poca.

El arte tampoco existe ya que su motor es la inestabilidad social. Lo dice también el interventor:

no se pueden crear tragedias [literarias] sin inestabilidad social", y sin pasión, sentimientos o amor los cuáles también son desterrados, así como la noción de Dios o religión.

Es decir, que el sacrificio en pro de esa “felicidad” es considerable.

Para compensar todas esas ausencias, a quienes viven en MundoFeliz lo que se les ofrece es sexo descontrolado, el sensorama –un cine que permite sentir igual que los actores de la película-, juegos y soma, una versión evolucionada de las drogas actuales que no causa ningún daño ni tiene efectos secundarios. El “cristianismo sin lágrimas” como la definen en el libro.

¿Es la felicidad ese trueque de valores por vicios placenteros? He allí el detalle.

Interesante también la crítica política de fondo. El colectivismo, que el individuo como tal no exista sino como parte del cuerpo social, al cual se debe y sirve; la utopía comunista de la igualdad y también el consumismo capitalista con su modelo de fabricación en serie; todo lleva su buen rapapolvo en el libro.

Un libro que se lee fácil y rápido para la gran complejidad y profundidad que tiene en el fondo. Que hay que tenerlo a mano e irlo releyendo con cierta frecuencia porque difícilmente se pueda captar todo el potencial que tiene en una sola lectura.

Para finalizar me quedo con una idea que es sin duda la receta del éxito para cualquier tipo de dominación o totalitarismo: hacer que la gente “ame su esclavitud”. No se diga más.